Amanecer. Playa de Zahora y Faro de Trafalgar. Fotp JAM
Trafalgar nuestro 

Por Juan García Quirós 

Cuando la turbulenta prisa de los días me satura, me gusta acercarme a esa orilla, y con mis pies descalzos sentir el tacto de la arena fría, respirar el aire limpio y adormecer mis sentidos con el canto del mar. En perfecta comunión entre lo divino y lo humano.
Cuando llegan los visitantes pasajeros y los carros de acero colman los arcenes, cuando las sombrillas visten de lunares nuestra playa, intocable, como al margen de todo progreso, permanece ese rincón.
Y como extendiendo sus dedos luminosos, se alza hacia lo alto ese faro, lugar que acuna historias inmortales, patrimonio cultural de nuestra tierra, tal vez no reconocido aun por las carteras o las corbatas, pero aquí, los habitantes del lugar, los que amamos y sentimos nuestras cosas, sabemos del valor que posee ese entorno.
Si cada surco en la arena, cada huella en la orilla, cada piedra, cada ola o cada hierba de las que allí descansan pudieran hablarnos, nos contarían historias increíbles, de batallas, de conquistas, de besos nocturnos, de pintores que intentan plasmar tan indescifrable combinación de elementos para inmortalizar tu belleza, de tambores y hogueras, de libertad y canciones.
Y yo tirado en la arena, como el hombre libre de una tierra libre, contemplo desde abajo tu figura, tu haz de luz circular que solo debe guiar al navegante, pero que inconscientemente nos conduce también a los caminantes hasta ti. Y ahora imagino que desde tu majestuosa altura me miraran a mi tumbado en la arena los que nunca te sentirán ni te amarán como nosotros, mientras sus paladares saborean el atún, sus gaznates se refrescan con la manzanilla o se calientan con el brandy, y sus tarjetas se deslizan insensibles, o quizás, mientras tú o yo les servimos el atún, la manzanilla o el brandy, y hacemos deslizar sus tarjetas insensiblemente.
Progreso, y seguimos progresando, nuestra evolución se sigue desviando hacia el desastre, pero que no pare el progreso, que mueran poco a poco nuestros pequeños comercios, porque esos no son rentables, que emerjan de nuestro suelo gigantes de piedra, cristal y acero con todo incluido, que se pierda nuestro encanto natural, porque en este mundo artificial no tiene cabida, que sigamos regalando en mercadillos nuestros tesoros y abalorios incalculables, para que el comprador luzca brillantes alhajas a precio de ganga… Bendito progreso.
Con la de historias que tiene que contar este faro y lo silencioso y agradable que se queda en las noches invernales… ¿Y si en lugar de ponerle sabor y precio le pusiéramos voz?, y al adentrarnos en el cabo nos fueran recibiendo retales de su pasado, y al entrar en la torre encontremos un museo con sus vivencias, con las pinturas de aquellos pintores enamorados, con todo el arte que tenemos aquí para hacer las cosas reflejado en espectáculos y representaciones sobre lo que ha visto el ojo luminoso de este faro, y de otros que ya estuvieron ahí antes. Qué bonito y sostenible sería ese progreso.
Quedan bien claras las intenciones de quien nos “gobierna” y maneja los hilos, pero el cabo deTrafalgar, y Zahora, y Barbate, y todo el suelo que pisamos es nuestro, del pueblo y de los habitantes que lo amamos y lo sentimos. Solo puedo desear que esto que anuncian no ocurra nunca, que recapaciten o que nosotros les instemos a hacerlo, que solo las noches del cabo queden en silencio.