Artículo de Manuel Relinque Perez. Barbate, 30 de junio de 2025
![]() |
Imagen J.U.S. |
Barbate, Zahora, San Ambrosio. Tres nombres que evocan paisaje, memoria, biodiversidad, cultura rural. Tres nombres que hoy están en el punto de mira de una operación urbanística que, disfrazada de oportunidad, huele a viejo desde el primer renglón. El intento de modificación del PGOU para el ámbito Trafalgar–San Ambrosio no es más que otro episodio de ese urbanismo de saldo que recorre Andalucía desde hace décadas: expansivo, especulativo y, sobre todo, profundamente desconectado de las necesidades reales de la ciudadanía.
No estamos ante un proyecto de futuro. Estamos ante un plan con pies de barro, que nace sin garantías legales, sin planificación ambiental rigurosa, sin encaje financiero y con un tufo evidente a recalificación a medida. Lo primero que salta a la vista es la ejecución anticipada de infraestructuras del sistema general —vial alternativo a la A-2233, parque fluvial sobre el arroyo San Ambrosio— que no pagarán los promotores, sino el conjunto de la ciudadanía. Sin estudio económico, sin convenios urbanísticos, sin compromiso fiscal. Una transferencia encubierta de riqueza pública a manos privadas.
Esa falta de equidad se repite en cada línea del proyecto. La Ley de Costas se vulnera con alegría, pese al informe desfavorable del Ministerio. Las cifras de edificabilidad oscilan en los documentos como si de una tómbola se tratara: ¿0,18 m²/m²?, ¿0,2999? Nadie lo sabe. Ni una línea sobre el riesgo de inundación. Ni una palabra sobre cómo ese parque fluvial invade zonas protegidas o afecta a especies como el ibis eremita. El Estudio Ambiental Estratégico, lejos de analizar impactos acumulativos, parece escrito con plantilla. Ninguna consideración a la presión que ya sufre el litoral barbateño.
La ausencia de vivienda protegida confirma lo que este plan es en realidad:
un resort encubierto, un enclave de segunda residencia, una operación para
elites desvinculadas del territorio. La Ley obliga a reservar el 40% de la
edificabilidad para vivienda asequible. Este plan no lo hace. Y no es
casualidad. Es ideología urbanística: aquella que cree que el desarrollo
consiste en multiplicar hoteles y urbanizaciones de lujo, aunque eso expulse a
la población local, encarezca el alquiler y fracture el tejido social.
![]() |
Imagen M.R.P. |
Más aún, el abastecimiento de agua es ilegal. Barbate no forma parte del Consorcio Gaditano del Agua. El acuífero que se pretende usar está declarado en mal estado por el propio Plan Hidrológico. La depuración, inexistente. Se propone una fosa séptica para cientos de viviendas. ¿Quién lo permitiría en 2025? Europa ya ha sancionado a España por depuradoras deficientes. ¿Vamos a repetir la historia?
La evaluación de alternativas es insultante. No se considera seriamente la regeneración urbana, ni la densificación de suelo ya urbano, ni un modelo turístico distribuido, ecológico, de base local. Solo el crecimiento expansivo. Solo el ladrillo.
![]() |
Foto de la última asamblea de la Plataforma Ciudadana "Salvemos Trafalgar" |
Y lo más sangrante: este atropello territorial se tramita justo cuando el Ayuntamiento de Barbate ha anunciado un nuevo Plan General, supuestamente participativo, sostenible, con enfoque ciudadano. ¿Qué sentido tiene entonces tramitar una modificación puntual heredada de un urbanismo caduco? ¿Quién está detrás de la prisa por blindar este sector antes de que llegue el nuevo PGOM?
Lo que está en juego no es solo el suelo de Trafalgar. Lo que está en juego es la credibilidad institucional. Es la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Es el derecho de la ciudadanía a decidir sobre su territorio, su modelo de futuro, sus recursos y su paisaje. No podemos permitir que la lógica del pelotazo marque el rumbo del Barbate que viene. No podemos dejar que una minoría decida por todos y todas, hipotecando el futuro a cambio de plusvalías inmediatas.
Este plan debe detenerse. No por capricho, sino por legalidad, por
justicia, por responsabilidad intergeneracional. Hay alternativas. Hay modelos
de desarrollo más justos, más respetuosos, más inteligentes. Pero para
construirlos, hace falta valentía política, transparencia administrativa y,
sobre todo, respeto al territorio y a quienes lo habitan. Eso —y no otra cosa—
es lo que está en juego en Trafalgar.